martes, 3 de mayo de 2011

Me doy permiso

Me doy permiso para

separarme de personas

que me traten con brusquedad,

presiones o violencia.

No acepto ni la brusquedad

ni mucho menos la violencia

..de nadie.

Las personas bruscas o violentas

quedan ya,

desde este mismo momento

fuera de mi vida.

Soy un ser humano

que trata con consideración

y respeto

a los demás.

Merezco también

consideración

y respeto.

Me doy permiso para

no obligarme a ser

“el alma de la fiesta”,

el que pone el entusiasmo

en las situaciones, ni ser la persona

que pone el calor humano en el hogar,

la que está dispuesta al diálogo

para resolver conflictos

cuando los demás

ni siquiera lo intentan.

No he nacido para entretener

y dar energía a los demás

a costa de agotarme yo:

no he nacido para estimularles

con tal de que continúen a mi lado.

Mi propia existencia, mi ser;

ya es valioso.

Si quieren continuar a mi lado

deben aprender a valorarme.

Mi presencia ya es suficiente:

no he de agotarme haciendo más.

Me doy permiso para

no tolerar exigencias

desproporcionadas

en el trabajo.

No voy a cargar

con responsabilidades

que corresponden a otros

y que tienen tendencia

a desentenderse.

Me doy permiso para

no hundirme las espaldas

con cargas ajenas

Me doy permiso para dejar que se desvanezcan los miedos

que me infundieron mis padres y las personas que me educaron.

El mundo no es sólo hostilidad, engaño o agresión:

hay también mucha belleza y alegría inexplorada.

Decido abandonar los miedos conocidos

y me arriesgo a explorar las aventuras por conocer.

Más vale lo bueno

que ya he ido conociendo

y lo mejor

que aún está por conocer.

Voy a explorar sin angustia.

Me doy permiso para

no agotarme

intentando

ser una persona excelente.

No soy perfecta,

nadie es perfecto

y la perfección es oprimente.

Me permito rechazar las ideas

que me inculcaron en la infancia

intentando que me amoldara

a los esquemas ajenos,

intentando obligarme

a ser perfecto: una mujer sin fisuras,

rígidamente irreprochable.

Es decir: inhumana.

Asumo plenamente mi derecho

a defenderme,

a rechazar la hostilidad ajena,

a no ser tan correcto como quieren;

y asumo mi derecho

a ponerles límites y barreras

a algunas personas sin sentirme culpable.

No he nacido para ser

la víctima de nadie.

Me doy permiso para

no estar esperando alabanzas,

manifestaciones de ternura

o la valoración de los otros.

Me permito no sufrir angustia

esperando una llamada de teléfono,

una palabra amable

o un gesto de consideración.

Me afirmo como una persona

no adicta a la angustia.

Soy yo quien me valoro,

me acepto

y me aprecio

No espero a que vengan

esas consideraciones

desde el exterior.

Y no espero encerrado o recluido

ni en casa,

ni en un pequeño círculo de personas

de las que depender.

Al contrario

de lo que me enseñaron

en la infancia,

la vida es una experiencia

de abundancia.

Empiezo por reconocer mis valores,

Y el resto vendrá solo.

No espero de fuera.

Me doy permiso para

no estar al día

en muchas cuestiones de la vida:

no necesito tanta información,

tanto programa de ordenador,

tanta película de cine,

tanto periódico, tanto libro,

tantas músicas.

Decido no intentar absorber

el exceso de información.

Me permito no querer saberlo todo.

Me permito no aparentar

que estoy al día en todo

o en casi todo.

Y me doy permiso para saborear

las cosas de la vida

que mi cuerpo y mi mente

pueden asimilar

con un ritmo tranquilo.

Decido profundizar

en todo cuanto ya tengo y soy.

Con lo que soy es más que suficiente.

Y aún sobra.

Me doy permiso para

ser inmune

a los elogios o alabanzas

desmesurados:

las personas que se exceden

en consideración

resultan abrumadoras.

Y dan tanto

porque quieren recibir

mucho más a cambio.

Prefiero las relaciones

menos densas.

Me permito un vivir con levedad,

sin cargas ni demandas excesivas.

No entro en su juego.

Me doy el permiso más importante de todos: el de ser auténtico.

No me impongo soportar situaciones y convenciones sociales que agotan,

que me disgustan o que no deseo. No me esfuerzo por complacer.

Si intentan presionarme para que haga lo que mi cuerpo y mi mente

no quieren hacer, me afirmo tranquila y firmemente diciendo que no.

Es sencillo y liberador acostumbrarse a decir “no”.

Elijo lo que me da salud y vitalidad. Me hago más fuerte y más sereno

cuando mis decisiones las expreso como forma de decir lo que yo quiero

o no quiero, y no como forma de despreciar las elecciones de otros.

No me justificaré: si estoy alegre, lo estoy; si estoy menos alegre, lo estoy;

si un día señalado del calendario es socialmente obligatorio sentirse feliz,

yo estaré como estaré.

Me permito estar tal como me sienta bien

conmigo mismo y no como me ordenan

las costumbres y los que me rodean:

lo “normal” y lo “anormal”

en mis estados emocionales

lo establezco yo.

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